Judit Bembibre Serrano | Descargar PDF
La imagen de quien conocemos pareciérase a aquellos nuevos cromos adhesivos que, una vez colocados en una casilla errónea, no pueden despegarse sin romper la página del álbum y es necesario añadirle el cromo correcto para ese lugar, que no para la colección. ¡Ay, si te volvieras a equivocar!
La imagen primera de Hilario J. Rodríguez se componía de su actuación como crítico de cine y de comentarios tales como “alguien que sabe muchísimo de películas” -imagen, pues, de oídas-; después, se añade la del desprendimiento de una persona generosa que regala esos saberes en forma de páginas impresas; más allá, y no más correcta pero sí en su lugar de novelista, me encuentro con la de un perverso.
Construyendo Babel es una novela perversa. Es el trampantojo, la anamorfosis, el espejo que seduce según Baudrillard; el fragmento que no encaja, que sobra, que guardamos, el que miramos. Pero que asusta por cuanto intuimos falso y mentiroso, después de haberlo acogido como cercano e íntimo.
La creación de una biblioteca ajena siempre produce curiosidad a quien disfruta del libro por dentro y por fuera. Y la Babel de Hilario se construye con las muchas manos (amigas y cleptómanas), lenguas (más en su oficio de filólogo) y distancias amarradas a recuerdos tan nítidos que empieza a deslumbrarnos el espejo de la primera persona del narrador y nos hace repetir: “te conozco”. Aprendimos, sin embargo, que el yo del narrador no es necesariamente la voz de su amo. Comienza la sospecha: “¿te conozco? No, no sé cómo ni quién eres. No me engañas con ese truco viejo. Pero, ¿por qué no? a la gente le pasan esas cosas tan sencillas, que cuentan como susurrando a quien se propone escuchar, sólo por contar, en la idea de que a cualquiera le ha podido suceder aquello, que ha tenido que digerir y elaborar, que lo de la mayoría son precisamente esos recuerdos, ese vivir, ese acontecer, ese pasar. ¿Y qué pretende? ¿descargar su conciencia? ¿a quién le pueden interesar las cosas que le incumben al vecino, descritas de una manera contenida, apenas resueltas, dejando cabos aquí y allá, haciendo que me aleje, que me desconcierte cuando ya parecía su confidente? ¿cómo se atreve a no decirme después de tantas páginas de usarme de terapeuta, de ese extraño en el autobús, tren o avión ante el que se vacían los bolsillos del alma?”.
Lo que les decía: un perverso. Y la perversión, eso sí, tenemos claro que deslumbra, seduce y abandona.
Materia - Revolución
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