Subtítulo
Ouroboros

Ouroboros
Publicación semestral - ISSN:1988-3927 - Número 3, septiembre de 2008
Varia
Anomia: explorando el territorio... sin mapa.
Reflexiones sobre el lenguaje y la construcción de la realidad cuando se cumplen cien años de la lingüística como ciencia.

Lorenzo Higueras Cortés y Judit Bembibre Serrano
Descargar PDF

Graves impedimentos hay para el matrimonio de la investigación científica y el descubrimiento gramatical.
Agustín García Calvo

Presentamos esta reflexión cuando se han cumplido cien años desde que Saussure comenzara a dictar su Curso de Lingüística General, momento que se considera de forma universal el del nacimiento de la lingüística como disciplina científica. Mientras, podemos asistir a una actualidad en la que los fenómenos del lenguaje están más presentes que nunca en los intereses psicológicos. Esto se hace patente, por un lado, en la importancia que alcanza el análisis del comportamiento verbal de tradición skinneriana tanto en la Psicoterapia Analítico-Funcional como en la Terapia de Aceptación y Compromiso (para una revisión reciente, véase Kohlenberg et al., 2005), así como en la difusión creciente que estas modalidades psicoterapéuticas están adquiriendo. Y, por otro lado, se hace patente también en la propia insuficiencia de las psicoterapias cognitivas tradicionales que ha propiciado el desarrollo de los postulados constructivistas y, en general, la puesta en valor de los enfoques cualitativos.

Planteamientos y límites de la psicología que derivan del desconocimiento u olvido de los postulados sausserianos de que la lengua no es una realidad natural, y mucho menos substancial, sino formal, inmutable como sistema y que no conoce sino su propio orden. Por tanto una entelequia. De ahí que quepa interrogarse, como hace Saussure, si la lengua es psicología, cuando desde luego escapa a toda voluntad humana (Saussure, 1998).

Mientras que la psicología “realmente existente” o al menos dominante despreciando una fundamentación lingüística, que hace estallar una y otra vez sus paradigmas mecanicistas, se aferra a una concepción de la Realidad factible con los postulados de la Física… ¡del siglo XIX! Compatibles, eso sí, con la idea del hombre como un ser puramente natural (y no, por ejemplo, histórico o, desde luego, poseído o habitado por la lengua y en modo alguno unidad de análisis o principio explicativo de sí mismo), que no por casualidad coincide con el pensamiento de los griegos en relación a los esclavos, qua susceptible de medida y por consiguiente de explotación.

De ahí que por más aplicaciones estadísticas que se empleen en cuantas se quieran muestras de habla, éstas no podrán, por ejemplo, explicar las ausencias producidas por las oposiciones sintagmáticas o paradigmáticas. Y, a fortiori, dar cuenta de que la diferencia de la no aparición de “caballo” o “saltar” tras “comí”, en frases como “ayer comí un caballo” o “ayer comí un saltar”, es de naturaleza y no de (in)frecuencia.

Es en este momento, pues, de crisis de la psicología, que nos proponemos reflexionar sobre un fenómeno patológico, que por su propia anomalía entendemos que puede proporcionar ciertas claves analógicas de interpretación precisamente del funcionamiento del lenguaje.

Se trata entonces de partir de la analogía entre la estructura del lenguaje, tal y como nos la viene explicando la investigación lingüística desde su constitución en las enseñanzas de Saussure, y la fenomenología de la anomia, así como de deducir de esta semejanza una aproximación a la propia estructuración de la Realidad.

En efecto, la analogía tal vez represente un procedimiento óptimo para la aproximación al fenómeno del lenguaje, por cuanto ésta es la lengua misma, lo que dificulta sobremanera su reducción a uno formal, externo o científico. Un tal lenguaje formal hablaría del mundo y no en el mundo, según diferencia establecida por García Calvo (1983; 1989; 1991; 1993), y se expresaría en conceptos, proporcionando definiciones, significaciones y no, desde luego, a través de gestos "naturales" o bien de deícticos.

Ahora bien, analógicamente, un anómico se comportaría como cualquier persona perdida en un territorio que no le es familiar. Y territorio es, al menos, metafóricamente (no es baladí que la mayor potencia creadora de sentido se produzca en cuanto la lengua dice otra cosa de lo que dice metonímica o metafóricamente, etc.), puesto que de campo semántico (Trier, 1931) hablamos, un concepto que va a venir a posibilitar todas las formulaciones en términos de prototipos y aun de esquemas en la disciplina psicológica.

Vemos que, en efecto, un anómico es capaz de desenvolverse con las dimensiones de arriba y abajo, delante y detrás, etc. Bien mediante el empleo de palabras "vacías", sin significado, indefinidas, abstractas, generales, como: "todo", "alguna cosa", "un aparato", etc. Bien por gestos, sean "naturales" o lingüísticos, deícticos como: "aquí", "allí", "yo mismo" o "vd. lo sabe". Como nosotros al ver por primera vez un edificio no sabemos (salvo por indicaciones contextuales) si se trata de un hospital, un hotel, una casa de vecinos, etc.

Este síndrome nos indica entonces algo tanto sobre la realidad como sobre el lenguaje. En primer lugar, que la realidad no es una sino (al menos) dos. Una realidad que, si se puede decir así, sería real (correspondiente al mundo en que se habla en la terminología, que ya hemos usado, del eminente filólogo y lingüista Agustín García Calvo) o, más académicamente, referencial. Y una realidad social o cultural (el mundo del que se habla), o relativa al significado. En efecto, el mismo edificio que fue hotel puede destinarse luego al uso como viviendas privadas. O, por citar de pasada otro ámbito psicopatológico, un hecho, como la anorexia, fue signo de bendición en nuestra santa Teresa y puede pasar a síntoma de un grave trastorno. Lo contrario también es cierto, así la homosexualidad pasa de delito o enfermedad a un índice no ya de normalidad sino de orgullo. Las consecuencias que semejante fragmentación del sujeto y del ciudadano disipado en identidades minoritarias (mujeres, jóvenes, etnias, religiones o afinidades deportivas, funcionalmente equivalentes) o disuelto en cuotas políticamente correctas, es algo que en este momento no podemos abordar.

Pero nada pasa del todo en la historia o en la lengua, por cuanto su tiempo no es lineal, por más que lo sean sus producciones, sino constituido por las contracciones, u oposiciones (por ejemplo de clases sociales o de fonemas), que hacen de ellas una historia y una lengua y no, por ejemplo, un relato o un código en perfecta correspondencia con no se sabe qué más allá de ellas mismas y, por tanto, metafísico. Como lo demuestra, si queremos volver al ejemplo y por no abandonar nuestras latitudes, la conspicua y reciente intervención ante el Congreso de los Diputados de España del insigne catedrático de psicopatología Polaino Lorente donde defendía con ardor el carácter de enfermedad de la homosexualidad, lo que, bien mirado, sólo supone un pequeño retraso de unos treinta años respecto de la opinión, pues de opinión se trata, de la comunidad científica internacional.

Volviendo propiamente al lenguaje (que, sin embargo, en circunstancias "normales" nunca se puede abandonar, o, por mejor decir, nunca nos abandona), es claro que la mostración "referencial" es tan indistinguible de, o al menos imprescindible a o para, la significación, como la propia sintaxis.

Recordemos que la dualidad nos la muestra un fenómeno patológico, cabe decir "artificial", como la anomia. En las circunstancias que todos experimentamos a diario tiene sentido: "Ya [¿cuándo?] ha [¿quién?] llegado [¿dónde?] con el coche [¿cuál?]", por las referencias al mundo en que se habla, que pasa a llenar las palabras que en otro caso son vacías.

Sin estos índices estaríamos en la situación contraria pero simétrica a la del anómico, o a la del alumno que, el primer día de clase, al oír: "La psicología en tanto disciplina histórica no cuenta con un objeto natural", y antes de atender las explicaciones, piensa "La psicología es algo a lo que le falta una cosa".

Sin embargo, la Ciencia (las ciencias) instituye esta misma dualidad artificial o patológica. El discurso científico excluye un sujeto en el mundo (con sus necesidades, sus deseos, sus problemas, sus presiones, sus vanidades). Para ella, más o menos desde Descartes, que no por nada tiene que echar mano de Dios para estar seguro de sus afirmaciones, sus observaciones quedan aseguradas entonces no por una imposible referencia a los hechos -los datos- que pueden ser engañosos -el Genio Maligno- sino por la fe, lo que expresa la máxima de Einstein de que Dios no juega a los dados. A todo ello no es ajeno nuestro monoteísmo judeo-helénico en el que un Dios único garantiza la Ley y la Realidad del mundo que ha creado, tal y como nos explica Lacan (1985) en su Seminario de 1955-6, en donde, entre otras cosas, se ocupa del fenómeno de la afasia, puesto en este caso en relación con el lenguaje de las psicosis. El sol es el mismo (numénica e incluso fenoménicamente para el común de los mortales) para la física aristotélica, newtoniana o einsteiniana (todo el mundo recuerda 1905 como fecha de la formulación de la primera teoría de la relatividad -de la que luego se interpretarán como confirmatorios hechos antiguos, como las irregularidades en el perihelio de Mercurio, etc.-, pero casi nadie 1906 como la fecha en que Saussure empieza a dictar su Curso, de lejos más importante para manejarnos en el mundo en que vivimos).

Insistimos, la Ciencia tiene que inventar un sujeto ¡objetivo!, sin subjetividad, que se enfrente a los objetos de un mundo -en el que él ya no está y del que en consecuencia no puede dar cuenta- hablando de él. Construye entonces sus modelos o mapas conceptuales para re-presentarlo (en el sentido de la Vorstellung y no de la Representation) que llega a confundir, como en el cuento de Borges, con el territorio. Cayendo así en una posición contraria, pero simétrica, a la del anómico, es decir, en un lenguaje exclusivamente predicativo, del que Gödel (2006), en 1931, explicó su infundamento (la matemática, o a fortiori la psicología, no puede demostrar su veracidad, ni su necesidad o utilidad) o Wittgenstein (2000) su carácter tautológico (en efecto la nota ladrar está incluida en el término perro), ciego a los demás usos lingüísticos y por tanto literalmente inútil para entendernos.

Se comprende que no se puede dar razón de la "inserción de la lengua en la realidad", o, de otro modo, de "la formación de la lengua en la realidad" (García-Calvo, 1989, p. 299). Y esta irracionalidad de la lengua, como del ser, es inaccesible a la voluntad o a la cultura, excepto en su capa más "superficial", “nominal", que eso es propiamente la cultura. Asunto aún más grave desde la epistemología en los estudios que toman como objeto al lenguaje, esto es como cosa, con una extensión pasible de medidas cuantitativas (si vale el pleonasmo), y no como ser. Pues como el propio lenguaje muestra una y otra vez, para quien quiera oírlo, es él mismo quien hace las cosas (incluso en el sentido de Stalin (1950) para quien lejos de ser una superestructura, como la ideología, se aproxima a la naturaleza de las fuerzas productivas) y ello en los dos ámbitos (artificiales o patológicos) de la realidad. En efecto, no se trata sólo de la cultural sino también de la "referencial", que no es una realidad como (tan) equivocadamente se califica "extralingüística", al contrario: su presencia necesaria al lenguaje a través de los tan repetidos índices y deícticos establece la naturaleza propiamente lingüística de lo real. ¿Qué es, si no es lingüístico, un "aquí"? ¿O un "yo"? sino el lugar en que se habla, cualquiera puede decir "yo". Lo otro, el nombre propio, no ya el je sino el moi, por consiguiente, no es real ("referencial") aún más que se constituye por la Realidad ("cultural").

Así, no utilizamos el lenguaje para hablar, como utilizamos un instrumento (y éste es también el error de los conductistas, además de -Damasio (1996) dixit- el de Descartes). Él nos habla, somos hablados (cf. lat. loquor).

Esta sencilla verdad sin embargo escandaliza a quienes se tragan sin rechistar que somos meros portadores de genes que nos utilizan para perpetuar su "información" -Dawkins, 2000- (que es un puro efecto y no comunicación por cuanto no hay un signo que no significa nada "en sí", como sabemos gracias a Saussure que lo son los propios signos lingüísticos arbitrarios), u otros materialismos groseros. La ignorancia se torna entonces culpable cuando la comprobación está tan a mano.

García Calvo (1989) propone el siguiente ejercicio. Si hablar fuera un instrumento, "hablar de aquello con lo que hablo" sería un sinsentido del orden de "arar aquello con lo que aro" o "tallar aquello con lo que tallo". Salvo que:

1) o bien en la segunda parte de la fórmula se reemplaza la idea de instrumento por la de objeto. Y entonces tenemos: "arar aquello que aro" (sc. la tierra, el campo) o "tallar aquello que tallo" (sc. la madera, la talla)

2) o bien manteniendo los instrumentos como objeto de la actividad, con lo que ahora es ésta la que cambia y no el objeto lo que se convierte en otra cosa. Como en "fabricar (arar) aquello con lo que aro" o "forjar (tallar) aquello con lo que tallo".

Mientras que en "en hablar de aquello con lo que hablo" se trata de lo mismo en las dos partes de la fórmula, como en "hablar con aquello de lo que hablo". Sustituyendo las palabras vacías en "con que" y "de que" por el nombre lenguaje: "hablar del lenguaje con el que hablo". Pero entonces la naturaleza peculiar del lenguaje se transparenta en su acción: "hacer cualquier cosa que sea un nombre de ese mismo hacer y con un instrumento que sea eso mismo que se hace".

Concluyendo

Se ve que la acción lingüística es un caso singular de acción (por tanto, incapaz de definirse como una entre las acciones) y que el lenguaje está fuera y aparte, como en la fórmula heraclitana, de todas las cosas de las que él habla (García Calvo, 1989, p. 32).

O, en términos de Platón en su Ion que nos explica la poesía, la profecía o la locura como inspiración (éntheoi, "llenos de divinidad") que reciben algunos hombres, una posesión o, por ser literales, un entusiasmo:

Con esto me parece a mí que la divinidad nos muestra claramente, para que no vacilemos más, que todos estos hermosos poemas no son de factura humana ni hechos por los hombres, sino divinos y creados por los dioses, y que los poetas no son otra cosa que intérpretes de los dioses, poseídos cada uno por aquél que los domine (Platón, 534e).

Realmente el inconsciente son los dioses como ya nos explicara Homero, o los demonios si hemos de atender a la imperecedera formulación heraclitana (fr. 119 D-K). Y el lenguaje es el inconsciente, o al menos la falta de consciencia del aparato de la lengua es condición para un empleo eficaz de la misma.

Fuentes bibliográficas

Damasio, A.R. (1996). El error de Descartes. Barcelona: Crítica.

Dawkins, R. (2000). El gen egoísta. Barcelona: Salvat Editores.

García Calvo, A. (1983). De la construcción (Del lenguaje II). Zamora: Lucina.

García Calvo, A. (1991). Del lenguaje. Zamora: Lucina.

García Calvo A. (1993). Hablando de lo que habla: estudios de lenguaje. Zamora: Lucina.

García Calvo, A. (1999). Del aparato (Del lenguaje III). Zamora: Lucina.

Gödel, K. (2006). Obras completas. Madrid: Alianza Editorial.

Kohlenberg, R. J., Tsai, M., Ferr, R., Valero, L., Fernández, A. y Virués-Ortega, J. (2005). Psicoterapia Analítico-Funcional y Terapia de Aceptación y Compromiso: teoría, aplicaciones y continuidad con el análisis del comportamiento. International Journal of Clinical and Health Psychology, 5(2), 349-371.

Lacan, J. (1985). El Seminario, libro 3. Las psicosis. Barcelona: Paidós.

Platón (1985). Diálogos, I. Madrid: Gredos.

Saussure, F. (1998). Curso de lingüística general. Madrid: Alianza Editorial.

Stalin, J. (1950). Acerca del marxismo en la lingüística. Buenos Aires: Editorial Anteo.

Trier, J. (1931). Der deutsche Wortschatz im Sinnbezirk. Die Geschichte eines sprachlichen Feldes. Heidelber: Bandl.

Wittgenstein, L. (2000). Tractatus logicus-philosophicus. Madrid: Alianza Editorial.

Descargar PDF

Arriba

ÍNDICE

Materia - Revolución

Un aposento para el fantasma: el androcentrismo en Medicina. Emilia Martínez Morante

La revolución en medicina. Tengo un amigo diabético... Alfonso Lluna Carrascosa

Reflexiones sobre el Viejo Mundo. Antonio Martínez López

Revolucionarios. Hilario J. Rodríguez

Revolución rusa y revolución mexicana. Hilario J. Rodríguez

De La Marsellesa a Eurovisión. Pablo Pacheco Torres

Varia

El nuevo cine rumano o la pasión por la verdad. Sandra Istambul y José Ángel Martínez

Un ejemplo de análisis de una obra barroca: la Fuga BWV 856 de Juan Sebastián Bach. Enrique Lacárcel Bautista

Una aproximación analítica al primer movimiento del Concerto de Manuel de Falla.
Olga Domínguez de León y Enrique Lacárcel Bautista

La traducción de un pregón callejero: la ópera El retablo de maese Pedro de Manuel de Falla. Laura Santana Burgos

Dos miradas poéticas: dos mundos poéticos actuales (José Antonio Mesa Toré y Juan Carlos Abril). Mariano Benavente Macías

Breve paseo por los confines: la península de Kamchatka. Carlos Sánchez-Cantalejo Jimena

Anomia: explorando el territorio... sin mapa. Lorenzo Higueras Cortés y Judit Bembibre Serrano

Glosario de (contra)psicología y guía de conversación: (II). Adaptación. Lorenzo Higueras Cortés y Judit Bembibre Serrano

Galería

Revolución. Sandra Istambul

Instantáneas. Marta Iglesias

Lecturas y relecturas

Il Sant’Alessio de Stefano Landi. Francisco José Comino Crespo

RILKE, Rainer Maria. Poemas a la Noche (y otra poesía póstuma y dispersa). Barcelona, DVD, 2008. Juan José Ramírez

Sobre Echado a perder de Carlos Pardo. J.J.R.

La novela perversa. Rodríguez, Hilario J. (2004). Construyendo Babel. Salamanca: Ediciones Témpora. Judit Bembibre Serrano

La espiral del mito.
Calasso, Roberto. (1990). Las bodas de Cadmo y Harmonía. Barcelona: Anagrama. J. B. S.