Mariano Benavente Macías | Descargar PDF
En primer lugar habría que decir que este estudio sólo pretende mostrar las líneas fundamentales de dos poetas que ya han consolidado sus apuestas estéticas. Para ello hemos de iniciar esta aproximación ubicándolos dentro del panorama de la poesía española de los últimos veinticinco años.
En modo alguno el título responde -como a simple vista pudiera parecer- a criterios de literatura comparada. Entre los dos hay no sólo dos vivencias históricas distintas que determinan esas miradas poéticas propias -las cuales, por otro lado, responden a sus singulares asimilaciones personales-, sino que además ambos reciben influencias literarias distintas en un marco de tendencias poéticas en donde coincidirían tangencialmente en un mismo espacio creativo. Me refiero a que los dos -José Antonio Mesa Toré en una proporción mucho mayor que la obra de Juan Carlos Abril- se han bañado en ese caudaloso “río” de la “poesía de la experiencia”, cuya mayor expansión y desarrollo se da a partir de la década de los años ochenta, marcando así el rumbo de gran parte de la mejor poesía de estos veinticinco últimos años en nuestro país.
¿Y cómo podríamos caracterizar a este importante cauce expresivo en el que han confluido nuestros dos poetas? Para ello es imprescindible la definición tan acertada que apunta Luis Antonio de Villena, uno de los poetas que más de cerca ha seguido los últimos pasos de nuestra poesía, no sólo como antólogo, sino como conocedor de un amplio abanico lírico de nuestro siglo XX, tanto en España como en Europa [1].
Por estas coordenadas temáticas señaladas por él (que podríamos resumir, a grandes rasgos en dos: una de índole temática, que consiste en contar unas vivencias cotidianas en ambientes urbanos en las que se busca cierta complicidad con el lector; y otra en el cuanto al estilo, se puede decir que el lenguaje es de tono conversacional pero con la maestría del buen creador que sabe usar una técnica sin que se perciba apenas nada de artificial), se podría afirmar que José A. Mesa Toré, aunque se iniciase una década antes influido por la poesía culturalista de los años setenta, se decanta claramente por la senda de la poesía de la experiencia y transita por ella con originalidad y soltura, comprobándose que es aquí donde se halla a gusto. En cambio, Juan Carlos Abril, seguramente por la connatural rebeldía de los más jóvenes, prefiere estar un poco a la expectativa, no tirarse al “río” así como así. Por ello él mismo nos matiza al ser preguntado por sus raíces estéticas no: “No sólo hay que tener en cuenta la poesía de la experiencia, sino la experiencia de la poesía”. Creo que efectivamente, de su primer libro, que por año de publicación es el más cercano a esta tendencia, sólo hay dos poemas que encajarían en los caracteres esenciales de la definición anteriormente apuntada, estos poemas se titulan “Ojos anónimos” o “Mentira”; el resto de Un intruso nos somete que es el título del libro, aunque el lenguaje es sencillo, éste dista mucho del tono conversacional de la poesía de la experiencia, acercándose a un simbolismo de claras connotaciones clásicas, extraídos del ambiente rural y enmarcados en referencias intertextuales provenientes del mundo ficticio de los cuentos infantiles.
A modo de ilustrar la estética y temática de ambos creadores hemos elegido un poema de cada uno de ellos que nos parecían significativos de sus respectivos mundo poéticos. El primero pertenece al libro El amigo imaginario de José A. Mesa Toré, titulado “Ti voglio bene” que nos atrevemos a reproducir con el fin de que el lector, de primera mano, por un momento sea testigo de la plasmación de esas dos miradas poéticas señaladas como encabezamiento de mi breves comentarios:
Me envías una escueta postal de tu viaje
con unas cuantas faltas de ortografía
-aunque eso no importa, ya sabes mi manía
de perseguir tus líricas traiciones al lenguaje-.
Hablas de la ciudad, del mediocre hospedaje
en pleno centro de Florencia y todavía
hacia el final te tiembla la azul caligrafía
cuando dices que sientes mi sombra entre el paisaje.
¿Quién puede comprenderte, mi lejana turista?
Hoy me mandas suspiros, promesas, algún beso,
y ayer mismo huías con un hasta la vista.
No temas: estaré aguardando el regreso
en el sitio fijado y a la hora prevista,
para ver como un tonto las fotos del suceso.
¿Quién es ese “amigo imaginario” que se proyecta no sólo en este poema sino a lo largo de todo el libro de Mesa Toré?, ¿es el mismo protagonista que en otros versos, cuando su amada le inquiere: “¿Eres feliz, José?”? Creo que siempre tendemos a idealizar el pasado como la voz que nos habla en éste y otros poemas, que nuestra mirada trata de eliminar aquellas zonas oscuras menos gratas en nuestro retroceder por el pasadizo del recuerdo, acomodando a nuestra retina actual lo más noble del camino. Pues, lo mismo que el antihéroe que habita en muchos de los poemas de este libro y de este poema en particular, consigue que nos identifiquemos en la queja del amante, perplejo ante esa despedida tan inesperada. Ella, acaso arrepentida de su desplante, le escribe una postal y en sus palabras de deja traslucir un halo de nostalgia: “hacia el final te tiembla la azul caligrafía”.
El sujeto poético califica irónicamente a su amada de “lejana turista” que, además, lo mantendrá con resignación a la espera de su regreso y aceptando, casi como “un santo”, que le muestre las instantáneas de su aventura en tierras italianas. Todo esto expresado con sencillez, en un tono intimista, casi conversacional en una forma exigente como es el clásico soneto sin que hayamos notado que se resienta la naturalidad de lo dicho. Poema, pues, elaborado pero perfectamente ejecutado, invitándonos a participar como lectores a ese juego de complicidades que tan bien sabe manejar su autor.
De Juan Carlos Abril, aunque su actual poesía se encuentre algo alejada de este primer libro, hemos seleccionado el poema “Hänsel y Gretel”, que como ya dijimos, pertenece a su primer libro Un intruso nos somete y que también nos parece muy significativo de su quehacer poético. Para que comprueben por sí mismos que entramos en otra atmósfera lírica, reproduzco el poema:
Como el débil murmullo
del agua por la acequia mientras riega
el fruto y se entretiene
ignorante, feliz,
hace pequeñas pozas, las rebosa
y sigue un curso caprichoso,
o como tú,
que vuelves al inicio y delimitas,
con el brazo extendido,
el territorio al que te debes
velado tras la infancia inexplicable
que nunca terminaste de entender
en su exceso de fábula,
por vivir del engaño.Brillará una pregunta y su cadencia
dejará, azarosa, nuevos signos.
Se pondrán de tu lado.Sentiremos entonces cada tarde
así la vida hermosa junto al pozo,
la retorcida higuera,
el palomar inmenso
y la vereda en la que nos perdimos
por el bosque profundo
donde nos recogió esta noble anciana.
Hay en el poema una simbiosis entre el “tú” del verso -que es un desdoble del yo poético- y la naturaleza arcádica en la que “el agua”, con todos sus ecos simbólicos, parece hablarle a un muchacho que aún no acaba de comprender del todo la perfecta felicidad de su niñez como tampoco vislumbra el sentido último de aquellas historias, como la del famoso cuento que da título su poema: niños protagonistas también en un mundo lleno de misterio.
¿Y quién nos acecha, quién trata de ponernos en peligro, quién es -en definitiva- ese ser extraño, el “intruso”, que quiere robarnos nuestros sueños?, ¿acaso es el tiempo?, ¿volvemos al tópico “tempus fugit” que nos hace perder la bella inocencia de la infancia?, ¿o es la malvada madrastra que ha convencido al padre de Hänsel y Gretel para abandonarlos en el bosque?, ¿puede ser esa viejecita de apariencia “noble” la que los salve o los asesine? Hay que esperar al final de la ficción para descubrir que ella también es enemiga de nuestro tiempo de niños.
Este poema, como comprobamos, posee otro tono, sus reminiscencias simbólicas nos trasladan a un mundo de sugerencias que casi nada tienen que ver con lo cotidiano y anecdótico. El ambiente rural y la mirada hacia ese paraíso perdido que es la infancia en una bella forma poética nos presenta ya a un poeta que ha ido con sus libros posteriores confirmando este prometedor comienzo.
Notas
[*] Este estudio es una ampliación de la presentación de un Certamen Literario de un Centro de Enseñanza Secundaria. A tal acto acudieron José Antonio Mesa Toré y Juan Carlos Abril. Leyeron -tras la misma- cada uno una serie de poemas muy significativos de las distintas etapas de sus respectivas obras, además de participar en un coloquio muy animado con los alumnos. En dicha presentación había que conjugar dos aspectos, el didáctico -el público asistente era mayoritariamente adolescente- con ciertas apreciaciones de naturaleza más académica.
[1] En su Antología 10 menos 30, la ruptura interior en la «poesía de la experiencia», Editorial Pre-Textos, Valencia, 1997, nos dirá sobre la misma:
Hablamos hoy esencialmente de un poema de la experiencia, ante un texto lírico escrito racionalmente: realista y figurativo (…) y con una base narrativa o anecdótica. Este poema estará escrito en un lenguaje natural -no sofisticado- y en un tono de conversación (…) Tal naturalidad conversacional en ningún momento quiere decir espontaneidad o descuido. Lo conversacional -como es bien sabido- es un artificio, y a menudo la poesía de la experiencia no sólo resulta muy elaborada sin notarse (…) sino que acepta, incluso a menudo, sabiamente incrustado, algún término de claro cuño dietario, o una metáfora esencialmente poética.
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